TESTIMONIO

Cuando leí Las mujeres que aman demasiado me di cuenta de que el amor bueno tenía una teoría, una inmensa sumatoria de datos “nuevos” totalmente ajenos a las maneras del amor que conocía por el modelo familiar y también social. Esa teoría me era tan extraña que sus conceptos me resultaban difíciles de valorar, realmente muy difíciles de considerar como importantes. Y la valoración ausente era la que me impedía relacionar el sufrimiento al amar, con la necesidad de encontrar puntos de vista sustentadores de una práctica para transformar ése modo de amar en algo muy diferente: una sabiduría, una paz, y una inteligencia para estar en este mundo al modo del sol: creando luz, siendo luz.

Los recursos que encontré en los libros de Robin Norwood resultaron “semillas” en mí y, como tales, con el potencial de “dar fruto a ciento por uno”; y al igual que en ella, tal como lo testimonió en su libro Por qué a mí, por qué esto, por qué ahora, la práctica de esos recursos se sustentó en las leyes naturales y los principios universales que, desde antiguo, desde siempre, han conformado ése conocimiento con el cual me encontré cuando me impulsó a buscarlo la necesidad imperiosa de serenidad y éxito vincular.

Con el tiempo comprendí que ése amor “nuevo” no era un asunto de mujeres sino de todos, y que llamarlo “el amor bueno” implicaba sólo un nombre para designar a la base vincular sobre la cual “edifiqué” la recuperación de mi adicción a la comida. Así fue que también comprendí que el amor bueno era la base vincular de la recuperación de todas las adicciones.

Ese conocimiento es vasto, muy vasto; por eso me parece una completa insolencia de mi parte sintetizar, en 469 comentarios, aun ínfimos aspectos de esa vastedad porque, muy sinceramente, creo que son útiles a la práctica concreta del amor bueno: las ideas contenidas en cada uno de ellos están eslabonadas para conformar una totalidad que, incluso siendo una parte mínima de aquél conocimiento inconmensurable, me han resultado un sostén gestor para transformar una interpretación o una acción vincular triste, indigna o peligrosa, en otra que me atrevo a llamar “verdaderamente humana”, apelando con ello a la posibilidad solamente humana del amor como arte, es decir, como la manifestación de un conocimiento cuya práctica puede allegarse a aquella excelsitud que, incluso, puede recibir el nombre de “maestría”.

El amor bueno sigue siendo mi “viaje”: aventura y atrevimiento. Me ha cambiado la mirada, y por ello también el paisaje: la vida se me hizo potente y serena, y más amplia, porque abrió las puertas, invisibles hasta entonces, de nuevos talentos y capacidades, y de una seguridad que anhelé secretamente, inadvertidamente, desde que tengo uso de razón. Sí, siempre quise seguridad, poder y amor. Busqué estos tres con tantos nombres y los encontré, de verdad los encontré, en las maneras de expresión del amor bueno.

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