Ya septuagenaria, muy felizmente septuagenaria, con un evidente aflojamiento del miedo a la muerte, y por esto mismo a la vida (porque este par “viaja” junto), se me multiplican los emprendimientos, y por eso recuerdo a la papa. Te cuento:

Vivía en Monte Grande hace 2 décadas. Me ofrecen un taller de Aiki Training: un entrenamiento para emprendedores fundamentado en el Aikido. Unas 50 personas. Varias horas.

Justo sobre el final, el ejercicio-cumbre: el profe muestra unas 10 papas enormes y muchas pajitas. Nos divide en 10 grupos de 5. La consigna: parados, 2 sostienen firmemente una papa en el aire a la altura de la cintura, mientras un tercero, en la postura que acabamos de aprender: rodillas flexionadas, pies afianzados al piso, cuerpo relajado y con la atención abajo, más allá de la papa, pretende atravesarla con la pajita, ¡y sucede! como si la consistencia fuera manteca blanda.

Hoy, emprendedora serial, y al modo del plantador de árboles de dátiles, que cuando estaba plantando ya sabía que seguirían dando frutos “a posteriori”, reconozco en esto su alegría, y me recuerda a la papa: sentir que la vida es lo de ahora y más allá, y también que la conciencia, actuando con su “brazo”, la atención, lo hace todo, incluso lo que a nuestra lógica le pueda parecer imposible, como que una débil pajita atraviese la dureza de una enorme papa, o que la vida y la muerte se perciban como uno.