Volvía del cumple de 1 año de mi nieto. Mi alma pipona. Al subir al vagón en la estación Tribunales, bien ubicado con su instrumento y su tecnología, un concertista de violín en sus 70.
Divido la atención entre mi misma y el entorno para minimizar mis pensamientos y maximizar el deleite. La Presencia también me compromete con el niño hiperquinético que casi atropella la caja del concertista, con la sonrisa y guiño a su mamá, con la señora que, al subir, queda encima del violín. Intervengo, fluyendo instante a instante, sin la intención de ayudar, sino de cuidar el momento.
Después del Aleluya de Leonard Cohen, ya estaba completamente desarmada, y escuchando de alguien que se bajaba: “Lamento irme. El mundo necesita belleza y usted hace su parte”.
Cuando la formación salió de la estación Juramento, me paré para recibir de frente la última interpretación: la Meditación de Thais. El concertista me señaló y luego su corazón. Belleza y más belleza para sumar a la belleza cumpleañera de la que venía. Vida bendita, gracias.