Solemos buscar, en el mundo de lo justo e injusto, las soluciones que pensamos que puede brindarnos. Si no las encontramos, buscamos en nosotros mismos; y si aun así no las encontramos, la ilusión de lo justo e injusto nos gana. Este juego tiene sus reglas; que las juguemos es inevitable, es la vida; pero no nos engañemos: es un juego.
Fuera del juego, las verdaderas reglas no son más que un espejo de tu ser, de tu esencia. La gran dicotomía estriba en que las soluciones le sirven al juego, en donde será necesario que sigas sus reglas, sabiendo que existe un poder para no caer en sus trampas.
Si lo que deseas es mover, cambiar de lugar, hacer evolucionar, las reglas del juego no te servirán; necesitarás mirar desde una nueva perspectiva: diferenciar bien a qué pertenece cada cosa, si es realidad o interpretación, por ejemplo, si el asunto pertenece a tu territorio o al de alguien más, otro ejemplo. En esto se encuentra la base del éxito o el fracaso de cualquier cuestión.
El juego siempre se mete sin permiso en nuestras vidas. En realidad, somos nosotros quienes le abrimos la puerta por costumbre, porque no conocemos otra manera, o porque necesitamos aprender algo. Salirnos del juego es un poder excelente. Jugar con las reglas de nuestro ser es un don, una destreza, una maestría.
- El Cielo te dice: cada vez que te encuentras en el límite de un proceso, de una etapa, de un cambio, todas las piezas vuelven a reacomodarse; pero primero es necesario que las piezas caigan, y lo que te permitirá reacomodarlas es tu destreza en reconocer dónde está el juego y dónde la maestría. Para hacer esto, confía siempre en el poder inherente a tu ser, que es pura inteligencia, y es el que realmente puede sostenerte; y permite que obre en ti y en tus circunstancias, muchas veces casi sin intervenir, dentro de ese equilibrio entre actividad y pasividad que es el que puede ir forjando pasos fuertes y precisos, uno a uno, para que puedas reconocer qué cosas modificar a medida que surjan las instancias.